Fiesta de Santa Catalina de Siena

Fuente: FSSPX Actualidad

El matrimonio espiritual de Santa Catalina de Siena

Santa Catalina de Siena, virgen de la Tercera Orden Dominica, ocupa un lugar muy especial en la santidad: por los rigurosos aspectos ascéticos de su vida, por las comunicaciones que el Hijo de Dios se dignó ofrecerle, por los estigmas que quiso imprimir en su carne, finalmente por la misión muy especial que cumplió ante el Vicario de Cristo.

"Su ascenso hacia Dios es como irresistible”, escribe Dom Guéranger, “y es un ejemplo de ese impulso que lleva a las almas glorificadas hacia el bien soberano. En vano el peso de la carne mortal amenaza con obstaculizar el vuelo de los Serafines terrenales: la energía de la penitencia lo domina, lo suaviza y lo aligera. El alma parece vivir sola en este cuerpo transformado".

El breviario nos dice que "su abstinencia fue grande, y la austeridad de su vida admirable. Una vez le sucedió que ayunó desde el Miércoles de Ceniza hasta la Ascensión del Señor, sin haber tomado nada más que la comunión eucarística. A menudo luchaba con los demonios. También le sirvieron de prueba fiebres ardientes y otras enfermedades diversas".

Dom Guéranger añade que “el alimento divino de la Eucaristía era suficiente para sostenerla; y la unión con Cristo era tan completa, que sus sagradas llagas quedaron impresas en los miembros de la virgen, dándole a gustar los dolores ardientes e inefables de la Pasión". El breviario relata del siguiente modo la impresión de los estigmas:

“Encontrándose en Pisa, un domingo, después de haber recibido el alimento celestial, fue arrebatada en éxtasis, y vio al Señor crucificado que se acercaba a ella rodeado de una gran luz. Cinco rayos salieron de las cicatrices de sus llagas, dirigiéndose a cinco lugares del cuerpo de Catalina. Ella entendió el misterio; pero le rogó al Señor para que los estigmas no fueran visibles.

“Inmediatamente los rayos cambiaron el color de sangre a uno muy brillante, y en forma de luz muy pura llegaron a sus manos, a sus pies y a su corazón. El dolor que sentía por las heridas era tan intenso que pensó que si Dios no lo hubiera moderado, sucumbiría rápidamente.

"El Señor lleno de amor por su esposa le concedió esta nueva gracia, que aunque sintiera el dolor de las llagas, las marcas de sangre no fueran visibles. La sierva de Dios informó de este fenómeno a Raimundo, su confesor. La piedad de los fieles pinta en las imágenes de la santa rayos de luz provenientes de las cinco partes estigmatizadas de su cuerpo".

Dom Guéranger añade que "las comunicaciones divinas comenzaron desde sus primeros años. Sus ojos vieron muchas veces a nuestro divino Resucitado. Una ciencia que no era terrenal iluminaba su inteligencia. Esta joven sin estudios dictaría escritos sublimes, donde se exponen con precisión y elocuencia sobrehumanas los puntos de vista más profundos sobre la doctrina celestial".

Una misión ante el Papa Gregorio XI

Nuevamente Dom Guéranger nos dice: “A finales del siglo XIV, se quería devolver a la ciudad santa la presencia del vicario de Cristo, tristemente ausente de su sede desde hacía más de sesenta años. En nombre de su divino Esposo, que es también el de la Iglesia, Catalina cruzó los Alpes y se presentó ante el Pontífice que nunca había visto Roma y cuyos rasgos Roma desconocía.

“La Profetisa le comunicó respetuosamente el deber que tenía que cumplir; para garantizar la misión que llevaba a cabo, le reveló un secreto que solo él conocía. Gregorio XI quedó convencido y la Ciudad Eterna volvió a ver finalmente a su pastor y padre. Pero, a la muerte del Pontífice, un cisma aterrador, presagio siniestro de desgracias mayores, desgarró el seno de la Iglesia.

"Catalina luchó contra la tormenta hasta su última hora; pero se cumplió el trigésimo tercer año de su vida; el divino Esposo no quería que excediera la edad que él había consagrado en su persona; había llegado la hora de que la virgen continuara en el cielo su ministerio de intercesión por la Iglesia que tanto amó, por las almas redimidas en la sangre de su Esposo".

Dios tendría que conceder a su Iglesia una nueva Catalina de Siena, porque hoy el papado ya no está en Roma, en un sentido muy diferente al de un exilio físico: desde el Concilio Vaticano II, la santa Iglesia ha sido abandonada por el vicario de Cristo que prefiere las quimeras del ecumenismo y que ha permitido que un culto viciado por el espíritu del mundo penetre en el santuario.

Que Santa Catalina de Siena interceda ante su Esposo para que el papado encuentre el verdadero camino hacia Roma: ya es hora después de 60 años del fin del Concilio.